4 nov 2008

Una mañana con té



El tercer día lluvioso en el invierno de Ashland Oregon mi resfrío está mejor, pero todavía no debo salir. Con la vista de Grizzly Peak desde mi ventana, el departamento abrigado y buena música, es el momento ideal para un buen té. Di Guanyin, una variedad de Oolung, y posiblemente el rey de los tés. Dicen que la ceremonia de té japonesa hace énfasis en la ceremonia, y la china en el té. Sin entrar en los detalles complejos de cada una de éstas, se puede hacer algo más simple, a condición de no perder el espíritu, tanto del té, como de la ceremonia.

Una de las razones de la ceremonia es dejar de lado todo lo que ocupaba nuestra mente hasta el momento. Por un rato, entramos a otro mundo. En este mundo no es correcto pensar en beneficios o en pérdidas. Paradojicamente, entrar a él aporta incontables beneficios. Hay algunos detalles que cuidar para que la pequeña ceremonia conserve la fuerza que debe tener. Uno es el equipo. No hace falta uno muy lujoso. Una buena taza, el recipiente para el té y una cucharita de madera, o de bambú. Para calentar el agua, es preferible un jarro y no una pava.

La taza debe ser de cerámica, preferiblemente japonesa o china. Mejor si no es brillante en el exterior, y que sea blanca, o por lo menos muy clara, en el interior. Eso permite ver el color del té preparado.

El recipiente para el té puede ser una cajita de laca, porcelana, cerámica o madera, siempre que tenga tapa. Ahí ponemos un poco de té que sacamos del paquete a prueba de humedad en el que lo guardamos. Con esto a mano, podemos empezar.

Lo primero es calentar la taza. O bien dejarla un minuto bajo la canilla con agua muy caliente, o verter tres veces en ella agua casi hirviendo. Con la tercera vez, dejar el agua adentro de la taza.

Lo segundo es calentar el agua. Esto es crítico. Según el Cha Jing, el Clásico del té, hay tres estadios en el hervor. El primero es cuando burbujas pequeñas como los ojos de los peces nadan en la superficie. El segundo es cuando las burbujas son como cuentas de cristal rodando en una fuente. El tercero es cuando las olas surgen libremente en el jarro. Para preparar el té en la taza, se quita el jarro de fuego en el primer estadio. Entonces se le echa una cucharadita de agua fresca, para “fijar” la temperatura.

Ahora se prepara el té. Con la cucharita de bambú se ponen las hojas de té en la taza, aproximadamente como para cubrir el fondo. Después, se vierte el agua caliente, desde unos quince centímetros arriba de la taza. Se deja reposar algo menos de un minuto. Antes de beberlo, lo llevamos cerca de la nariz para percibir el aroma. Después miramos el color, a la vez que seguimos dejando que el perfume nos inunde. Recién entonces bebemos el primer sorbo. Hacemos que pase por los costados de la lengua y de ahí hasta el fondo de la garganta y lo tragamos. Así podemos apreciar el sabor completamente. Tanto chinos como japoneses suelen beberlo de forma algo ruidosa para los occidentales. Si para ustedes el sabor del té es más importante que el condicionamiento cultural, bébanlo a la manera asiática.

Ahora la segunda taza. El “segundo té” es mejor que el primero. Agregamos un poco de agua fría al jarro, y la calentamos hasta el segundo estadio, el de la cuentas de cristal. Volvemos a verter el agua sobre las hojas del “primer té”, y lo dejamos reposar algo más de un minuto. Si el té es de buena calidad, podemos preparar el tercero. Esta vez el agua se calienta hasta el tercer estadio, y el té se deja reposar bien más de un minuto. Entonces, podemos seguir bebiendo y recordar las palabras de Li Po, el poeta de la dinastía Tang:

“La primera copa humedece mis labios y garganta, la segunda copa rompe mi soledad, la tercera copa busca en mis entrañas áridas y encuentra allí cinco mil tomos de extraños caracteres. La cuarta produce una ligera transpiración, todo los males de la vida salen por mis poros. Con la quinta taza estoy purificado; la sexta me llama a las regiones de los inmortales. La séptima taza ¡ah ya no puedo beber más! Sólo siento el aliento del viento fresco que surge en mis mangas ¿adónde está Peng Lai Shan? Déjenme ir hasta allí cabalgando esta suave brisa”.

30 oct 2008

Aventura inadvertida



Salía de viaje por la noche. Hacía poco que se había inaugurado la terminal de autobuses de Retiro, en Buenos Aires, y era mi primer viaje desde allí. Cuando estaba sentado en un banco, esperando la partida del ómnibus hacia Brasil, pasó un pensamiento por mi mente: “mirá que irse así, a la aventura”. Por un instante me inquietó, pero al momento lo reconocí con la voz de mi madre. A mi madre esas cosas a veces la inquietaban. Si, a la aventura ¿por qué no? Aventura viene del latín ad-venire, “lo que llega”, o “llegar”. Ir a la aventura es ir al encuentro de lo que llega, y lo que llega, a cada momento, es la vida. Ir a la aventura es ir al encuentro de la vida. Tal vez el significado que se le da comúnmente a aventura, como algo riesgoso es por lo implícito. Vivir, inevitablemente, significa riesgo. Casi todo el mundo huye del riesgo en busca de una seguridad ilusoria. Esa búsqueda de una seguridad ilusoria, es lo que impide lograr la seguridad real. Comoquiera que sea, sentado en el banco, esperando el ómnibus que me iba a llevar a Río de Janeiro, donde tomaría otro hacia Ibiraçu, desde donde caminaría hasta llegar al monasterio Zen en lo alto de Morro da Vargem, me sentí un tanto reconfortado de “ir a la aventura”. Es una actitud Zen, o buddhista en general. Dogen Zenji, el fundador de Soto Zen dijo: “el tiempo viene desde el futuro hacia el presente”.

¿Qué es lo que nos inquieta de la aventura? ¿Y qué es lo que nos atrae? Posiblemente en ambos casos, sean las expectativas. Si somos optimistas, esperamos todo tipo de sorpresas agradables. Lugares atractivos, superar peligros inesperados, romance y, por qué no, hasta encontrar algún tipo de tesoro, material o espiritual. Es lo atractivo de la aventura. Si lo que prepondera son las emociones negativas como el miedo, la angustia o la ansiedad, entonces todo eso se transforma en temor. Tememos accidentes, lugares peligrosos, robos, enfermedades y todo tipo de pérdidas. Pero ¿qué hay de real en las expectativas, positivas o negativas? Nada. Nada ha sucedido todavía. Aún estamos preparando una valija, un bolso o una mochila. O temiendo hacerlo, porque quién sabe qué pueda suceder. Pero todo esto son sólo pensamientos. No hay nada de concreto en ellos. Lo único que tienen es la capacidad de atraer lo que pensamos. Negativo o positivo. Atraemos lo que deseamos y atraemos lo que tememos. Esa es la capacidad del pensamiento.

Entonces ¿qué pensar? Un maestro de meditación diría: “Nada. Debemos dejar que la mente permanezca más allá de pensar y no pensar”. ¿Cómo dejar a la mente más allá de pensar y no pensar? podemos inquirir. La respuesta será: “Pensando nada”. ¿Cómo pensar nada ante el viaje inminente, o ante lo que pueda llegar cada día, la inadvertida aventura cotidiana? Pensando en lo que está por llegar como en un papel en blanco. Como sentados en una sala de concierto en la que el concertista aún no ha comenzado a tocar. Escuchando el silencio, igual que cuando, al estar conversando con alguien, de pronto nuestro interlocutor nos dice “¿escuchás ese sonido lejano?” y la voz interna de nuestro pensamiento se detiene para escuchar. En ese momento, se produce un silencio dentro nuestro que está más allá de pensar y no pensar. Y en ese instante, percibimos la realidad.

No hay necesidad de inquietarse por irse así, a la aventura. No hay necesidad de sentir apego ni rechazo. Solamente hace falta estar relajadamente atento y asentarse en el fluir natural de los eventos. En ese estado, se responde a lo que suceda sin equivocarse, y no hay nada que temer. Sentados en un banco de terminal de ómnibus esperando la partida, o sentados en zazen, o lavando los platos en la cocina, listos para lo que llega, listos para la aventura.

28 oct 2008

Música en Casa



Es curioso cómo funciona la mente. Aunque amo Ashland Oregon, y desde la ventana de mi departamento veo Grizzly Peak, por momentos tengo un cierto sentimiento de soledad. No tiene que ver con extrañar personas. Es un sentimiento que tenemos a veces, aún estando rodeados de la gente amada. También, repentinamente, me vienen recuerdos de otros lugares que amo. Barrio norte de Gesell por ejemplo. 206 entre 304 y 305, la parte curva de la calle, con los pinos ancianos y las casas en el médano de un lado y en el plano al otro lado. Afortunadamente he vivido a pocas cuadras de ahí durante un tiempo… y vuelvo de vez en cuando.

Hay algunas músicas que me llegan especialmente a lo hondo del corazón. Gerry Mulligan y Bill Evans están muy vinculados a muchos buenos momentos de mi vida. Hoy por la mañana bajé Night Lights de Mulligan. Hace un momento, después de preparar un texto para después imprimirlo, puse Night Lights desde el primer tema. Instantáneamente recordé cuando, hace muchos años, encontré el CD en un Musimundo en Mar del Plata y lo compré. Las imágenes aparecieron en mi mente claras como si viera una película. Habíamos salido con mi madre y con mi hija, por la noche. Antes de volver a casa entramos al Musimundo. Los discos de Jazz estaban del lado derecho, pasando la mitad del local de la peatonal San Martín. Levanté la caja del CD, me asombré de haber encontrado un disco de Mulligan del que nunca había oído hablar. Lo compré inmediatamente. Me gustó la atmósfera desde el primer momento en que lo escuché.

Desde entonces pongo Night Lights cada vez que busco una música que traiga esa atmósfera tranquila, alegre y también con cierto romanticismo. Hay romanticismo en la música de Mulligan. Alegría, lirismo y romanticismo. Creo que por eso me acompaña desde hace tanto tiempo. Son las cosas que comparto con Mulligan, aunque él ya se haya ido. Cuando escucho este disco, la sensación de calidez es instantánea. De inmediato me siento agradablemente en casa, no importa adónde esté. Es curioso cómo como funciona la mente.