19 abr 2010

Arquitectura orientada



Mi amigo Osvaldo era arquitecto. En realidad le faltaban una o dos materias para tener el título. Muchos insistimos en que esas una o dos materias se las deberían reprobar a muchos que tienen el título para quitárselo, y dárselo a Osvaldo. Osvaldo hizo obras muy interesantes y destacables en muchos lugares de la costa atlántica de la provincia de Buenos Aires. Algunas de esas obras le ganaron artículos en las páginas de arquitectura de los diarios más importantes. Hubo un tiempo en que tenía tanto trabajo que a veces no podía aceptar todo. Pero en la vida, todo está sujeto al cambio constante. Igual que la llena luego decrece, y el sol a mediodía comienza a descender, un buen día a Osvaldo le empezó a decrecer el trabajo. Decreció tanto, que llegó a nada. Con muy buen humor, solía decir: “en este momento, de cucha de perro para arriba, acepto lo que venga”.

En esos tiempos yo solía pasar semana de por medio en el mismo pueblo que Osvaldo. Era un lugar muy tranquilo, con un bosque de catorce hectáreas al que iba todos los días. El bosque tenía lugares con una energía muy especial, y durante los días de semana, casi nadie lo visitaba. Yo iba todas las mañanas a practicar taiji antes de empezar a escribir. Después del almuerzo daba un paseo corto, que equivalía a horas de descanso. Más tarde, a eso de las seis o siete de la noche, terminaba de trabajar, y, generalmente, lo visitaba a Osvaldo en su estudio. Era la hora en que él mismo tomaba una pausa si estaba trabajando mucho, o si no, también terminaba con lo suyo. Entoces, o tomábamos unos mates o té en el estudio, o cruzábamos al café de enfrente.

Una de esas noches, cuando estábamos tomado algo en el estudio, en medio de la charla Osvaldo me dijo: “¿te acordás que siempre digo como broma que de cucha de perro para arriba acepto cualquier trabajo? Bueno, me encargaron una cucha de perro”.

Yo pensé que era una broma.

— “¿En serio?” le dije.

— “En serio”. Osvaldo primero puso su cara seria, y después hizo su sonrisa pícara de nene. Yo me quedé mirándolo intrigado. Entonces mencionó un lugar muy caro y exclusivo.

— Una gente que tiene una casa grande ahí, me pidió que les haga una cucha para los perros, que sea igual a la casa, pero con tamaño como para los perros.

Los dos estallamos de risa. Mientras tomábamos nuestro té reflexionamos, mitad en broma y mitad en serio. Cuando no se es exigente, pueden aparecer soluciones temporarias a los problemas que tengamos. Pero por encima de eso hay algo gracioso y serio a la vez. Cuando se dice algo en broma, la broma puede volverse realidad. La realidad siempre supera a la fantasía, y lo que decimos siempre puede volverse realidad. Como la cucha de un perro.

15 abr 2010

Como los osos



El invierno se acerca, el clima se vuelve frío y lluvioso. Después de días luminosos de fin de otoño, con cielo azul limpio y brillante, llueve noche y día. tres amigos se juntan en la casa de té.


— “Con este clima pidamos algún Oloong”, dice el primero, acomodándose en la silla.

— “Seguro”, contesta el segundo, “¿que les parece un Dong Ding Oloong?”

Los otros dos inmediatamente aceptan contentos. Piden su té y terminan de acomodarse. Nadie más en el lugar, el silencio es enriquecido por el sonido de la lluvia sobre el alero.

— “Faltan pocos días para el comienzo del invierno… la época para escribir poesía, quedarse en la cueva, visitar amigos en las suyas, contar historias y leernos nuestras poesías”, dice Tommy, el último de los tres.

— “Si… hay que prepararse para hibernar…” las palabras se pierden en los labios de Dan.

— “Como los osos”, redondéa Juan, el segundo de los amigos.

— “Todos hibernamos. Es la estación del oso. El tiempo de mirar hacia adentro, de recuperar el equilibrio que se haya perdido, de almacenar la fuerza vital y fortalecer los riñones. Es el momento de aumentar la profundidad de la serenidad”.

— “Tommy, tu corazón taoísta… tu gran buen corazón taoísta… a propósito… ¿saben que los osos no siempre hibernaron?” Dan mira a los ojos de sus amigos, esperando la repuesta. La respuesta sale de los ojos de los amigos sin pronunciar una palabra. Cuando la afinidad es fuerte, las palabras son necesarias. Cuando la afinidad no es suficiente, ni siquiera las palabras alcanzan.

— Esta historia me la contó Kayo, un amigo Blackfoot. Me la contó así: Fue Viento quien le dio a Oso el don del sueño, en los tiempos del primer invierno. Los otros animales del bosque siempre se burlaban de Oso, porque lo veían holgazán y lento. Veían la bondad y buenos modales de Oso como debilidad, y se burlaban de sus amigos. Pero Oso no reparaba en eso. Simplemente sonreía y seguía su camino. Amaba a sus amigos, los de debajo de la tierra, los que volaban y los que viven en el agua. Sólo se sentía triste cuando sentía hambre y tenía que comer a alguno.

Un día, el padre Viento escuchó cómo los animales se burlaban de Oso, hablando de lo tonto que era. Hasta Pez se volvieron contra él. Viento se enojó mucho por esto.

En un sueño, Viento le enseñó a Oso qué plantas comer, y le contó las cosas malas que había dicho Pez. Viento le enseñó a Oso que Pez no es un amigo, es alimento. También le dijo que porque era bondadoso iba a recibir un don.

En otro sueño, Oso estaba triste. Entonces Invierno le preguntó por qué. Oso le dijo “Solamente soy bueno porque tengo buenos amigos”. “Es cierto”, le respondió Invierno. Y le dijo que fuera, y le contara a todos sus amigos acerca del don que Viento le había prometido.

Cuando despertó, Oso fue al bosque y corrió por todos lados, y le contó esto a todos los que lo escucharon. Quedó tan cansado, que cuando volvió a la cueva se durmió muy profundamente.

Como de costumbre, muchos no lo escucharon a Oso. Algunos hasta dijeron que estaba loco. Entonces, Invierno decidió darles a todos una lección. Mientras Oso y sus amigos dormían, volaban o juntaban comida, sin que lo supieran, Invierno cayó repentinamente sobre el bosque. Pero se aseguró de que ni Oso ni sus amigos se enteraran de él o del hermano Viento. Para ellos, era el tiempo del don. Así fue como Invierno comenzó su viaje a lo largo de la tierra, y hasta el día de hoy, se puede ver quiénes son los amigos de Oso.

— Aquí está el té, amigos. El buen Dong Ding Oloong que pidieron. Hay que preparase para el invierno… ¡Como los osos!