14 jun 2010

En el Bosque



Del pico de la teterita Yinyou recién traída sale un hilo de humo. Los tres amigos miran tranquilos las figuras que va formando. Juan toma la tetera y sirve, todo llevan las tazas cerca de la nariz para percibir el aroma. Los vapores del Oloong provocan una sonrisa de satisfacción en todos. Beben en silencio la primera taza, la segunda y la tercera. Juan levanta la teterita para que Luis la vea. Levanta y baja la tapa, el gesto para pedir más agua caliente. Luis no se hace esperar, llega el agua, los amigos esperan que se asiente el té.


— Tommy ¿alguna otra historia interesante para contar? Algo como la de tu amigo y amiga. Los que vivieron más de dos o tres meses en el mismo oasis sin conocerse y después se encontraron en tu casa.

— Hmmm… lo único que me viene a la mente de momento es algo que nos pasó en un bosque con Amy, mi hija, cuando ella tenía unos doce o trece años.

— Conociéndolos a ustedes dos, seguro que vale la pena escucharlo.

— De acuerdo. Hacía tiempo que le debía a Amy una visita al bosque. El mismo al que íbamos desde que ella tenía cuatro recién cumplidos. Desde que nació íbamos a bosques. Y desde que empezó a entender el idioma hablado le enseñé cómo entrar a un bosque. Saben que los taoístas —como toda la gente del mundo que tiene cultura espiritual— antes de entrar a un bosque, una montaña, un río o el océano, saludan al espíritu del lugar y le piden permiso para entrar.

— “Es cierto”, interrumpe Dan, “en Irlanda y en Escocia por lo menos, la gente hace eso. Fuera de las grandes ciudades quiero decir. Aún mucha gente que vive en las ciudades, cuando van a ciertos lugares saludan al espíritu del sitio. Todos saben que las piedras, los ríos… todo tiene espíritu”.

— Seguro. Bueno, Amy aprendió eso desde siempre. Siempre saludamos al espíritu del bosque, le pedimos permiso para entrar y recién entonces lo hacemos. Para la vez que les estoy contando, como les dije, Amy ya tenía doce o trece años. Iba al colegio en una ciudad grande, con todo tipo de gente de ciudad. Buena gente casi todos ellos, pero sin cultura espiritual. Tienen la creencia de que el conocimiento de las tradiciones espirituales no es un conocimiento sino una creencia. En alguien de la edad de Amy, eso influenció un poco. Esa tarde, cuando llegamos al bosque, antes de entrar, saludé al espíritu del bosque con la reverencia de costumbre. Amy también, pero después de saludar tuvo una pequeña risita.

— No te rías… es respetuoso saludar al espíritu del bosque. Es respetuoso y amistoso. Buena onda.

Entramos al bosque con la alegría de volver ahí después de bastante tiempo. El perfume de los pinos se mezclaba con el de los eucaliptos y el día era agradablemente fresco. Subimos a una parte elevada, donde hay cipreses y un eucalipto especialmente anciano. Al mirar hacia abajo vimos algo nuevo, un área cercada. A ver de qué se trata. Fui hasta abajo a ver un letrero.

— ¿Qué dice el letrero pa?

— Es una huerta orgánica-ecológica hecha por unos estudiantes.

Amy siguió mirando desde arriba. De pronto, por el rabillo del ojo algo atrajo mi vista a mi izquierda. A unos veinte metros había alguien. Cabello castaño hasta los hombros, vestido —o vestida— con algo así como una túnica o un vestido largo, blanco, casi hasta el piso. Me llamó la atención. Entonces giré la cabeza para mirar directo, pero… no había nadie. Nadie. No tomo alcohol ni drogas… como y duermo bien. Difícil que tenga alucinaciones. Lo mejor es consultar con Amy sin darle ningún dato. A ver qué pasa. Y sin hablar en voz muy alta.

— Amy… ahora no está, pero recién me pareció ver a alguien… a mi izquierda.

— Si. Vestido de blanco.

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