Ver un mundo en un grano de arena
Y un cielo en una flor silvestre.
Tener el infinito en la palma de tu mano
Y la eternidad en una hora.
William Blake
A comienzos del invierno, los árboles dejan caer las hojas. Tal vez podamos creer que caen las hojas porque es invierno. Pero en realidad no es así. Las hojas que caen y el invierno son una misma cosa. Si pensáramos que las hojas caen porque es invierno, también podríamos decir que es invierno porque caen las hojas. No hay nada más cierto que la causa y el efecto. Tomar el efecto por la causa es un problema muy grave. Pero también hay ciertas cosas-eventos que son simplemente coincidentes. Coincidentes, no casuales. Como las hojas que caen en invierno y los pastos que crecen en primavera. Tomar té y la serenidad alegre. No son uno la causa del otro. Son una sola cosa.
Para tomar té preparamos el equipo, o lo prepara alguien más. Nosotros nos preparamos internamente. Dejamos los asuntos mundanos de lado, como nos sacamos los zapatos y la ropa de lluvia mojada al entrar a casa, o al de un amigo. En la conversación, dejamos de lado cualquier tema mundano, político o desagradable. Los pensamientos también. No los prohibimos. Simplemente los dejamos de lado. Si por un instante surgen, los miramos sonrientes, los saludamos y los dejamos ir. Los invitados son otros. El invitado principal es el té. Y junto con el té, las artes que lo rodean. La poesía, la pintura… el silencio. Necesitamos silencio para escuchar el sonido del agua en el fuego, o en el brasero. Necesitamos silencio físico y silencio la mente. Ese silencio también es necesario para escuchar un poema, o la música. Hasta para mirar un cuadro, sea de pintura o de caligrafía, se necesita silencio en la mente.
La percepción de todo cambia mucho con el silencio. Los objetos, los sonidos, los eventos, los animales e insectos, el sabor del té, la charla amistosa. Todo toma otra dimensión. La percepción de la vida toma otra dimensión. En el mundo moderno, todo tiene un ritmo demasiado agitado. Agitado no quiere decir veloz. La agitación trae, inevitablemente, fatiga. La velocidad sin agitación no. El mundo del té es otro mundo. Hay muchos mundos en el mundo. Tenemos que ser lo suficientemente libres como para elegir en cuál o en cuáles vivimos. El mundo del té es un buen mundo para visitar con frecuencia.
Lo primero que hacemos para tomar té, ya sentados a la mesa, es, recordar que estamos vivos. Recordamos que estamos vivos siendo conscientes de que respiramos. Observamos la respiración ¿Cómo está? ¿Lenta o rápida? ¿Agitada o serena? ¿Corta o completa? ¿Silenciosa o ruidosa? Juntamos las manos y la observamos. Solamente observamos, en silencio. Volvemos la audición hacia adentro. Escuchamos la respiración, hasta que sea tan silenciosas que no podamos oírla en absoluto. Ah… cuantas cosas se empiezan a oír cuando la respiración se volvió inaudible para nosotros mismos. Hasta escuchamos de modo diferente la conversación. Como si antes hubiéramos tenido los oídos taponados.
No sólo la audición se vuelve hacia adentro. La vista también. No hace falta cerrar los ojos, entornarlos y mirar ligeramente hacia abajo es suficiente. Como si la vista pasara por la punta de la nariz. Así podemos mirar hacia el ombligo, y algo debajo del ombligo. En la panza de mamá, el bebé se nutre por el ombligo. Algo debajo del ombligo almacenamos energía. Por un momento miramos esa región, el ombligo y ligeramente debajo. Entonces, volvemos a mirar hacia afuera. Después de escuchar hacia adentro oímos mejor lo de afuera. Después de mirar hacia adentro vemos mejor lo de afuera. De pronto, nos volvimos conscientes de que no controlamos la respiración. La respiración nos respira. El corazón nos late. Los ojos ven. Que otra cosa nos queda sino sonreír y mirar, con la alegría secreta de habernos dado cuenta de que no necesitamos controlar nada. No hay ni controlador ni controlado. Es suficiente seguir el gran camino del universo. Somos uno con los átomos diminutos que componen nuestras células. Somos uno con los inmensos sistemas de galaxias que giran incesantemente en el universo. No hay dos. No hay uno. Es.
El té está listo, la charla agradable. El aroma del té y el fuego llena el lugar. Las risas completan la música del agua, el fuego y el silencio. Ahora percibimos, como en el poema de Blake, un mundo en un grano de arena, un cielo en una flor silvestre. Vivimos en la eternidad.
20 may 2010
Prepararse para el Té
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